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Argentina: Buenos Aires

Cementerio de La Recoleta: Familia de Dorrego e Indart – Cuánto cuestan los restos de la madre?

Luis Dorrego y Salas (1784-1852) fue el hermano del coronel Manuel Dorrego, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, derrocado y fusilado por el general Lavallee. También fue socio de Juan Manuel de Rosas (que en 1829, tras derrotar a Lavalle, accedió al gobierno de la provincia de Buenos Aires y ocupó ese puesto durante veinticuatro años) en la propiedad del primer saladero instalado en Quilmes, llamado "Las Higuerillas".

Estaba casado con doña Inés Indart e Igarzábal con la que tenía seis hijos: Luis Meliton, Teresa, Magdalena, Angela, Inés, Felisa.

Angela se casó con Manuel Ortiz Basualdo y en el Cementerio de la recoleta también está la tumbra de su hijo, el doctor Luis Dorrego Ortiz Basualdo.

La mañana del 26 de agosto de 1881, Felisa Dorrego recibió esta carta en el palacio Miró (donde ella vivía con su marido Mariano Miró):

"Señora Doña Felisa Dorrego de Miró y Familia":

Respetable señora y familia:
Al pasar vista por estas líneas tal vez encontrará que sus sentimientos desfallezcan, pero éste es un mal que no tiene remedio y nos encontramos impulsados con todo nuestro pesar a proceder, por causas ajenas, del modo que lo hacemos.

Estos preliminares puestos, venimos sin más comentarios a participarles a ustedes que los restos mortales de su finada madre, Doña Inés de Dorrego, que reposaban desde hace poco tiempo en la bóveda de la familia de los Dorrego, han sido sacados por nosotros mismos en la noche pasada del 25 del corriente mes y que, por consiguiente, se encuentran en nuestro poder, fuera del camposanto de la Recoleta.

Al mismo tiempo añadiremos que estos restos están rodeados de respeto y volverán intactos al lugar de donde han sido sacados, pero es bajo una condición, si ustedes quieren ser condescendientes con nosotros.

Sabemos que Doña Inés de Dorrego al morir dejó a sus hijos queridos una fortuna colosal. Sabemos que esas hijas la lloran y la veneran, habiendo sido ella, con ellas, madre amante y cariñosa; y que esas hijas por todo el mundo no consentirían ver estos restos sagrados ultrajados y tirados al viento en tierras profanas y desconocidas.

Sabemos que la familia de la señora de Dorrego está con justa razón celosa de su nombre ilustre y sin mancha, que la vil crítica no ha podido ni tal vez podrá alcanzar nunca. En fin, sabemos que para las ricas y generosas herederas de Doña Inés de Dorrego deshacerse de cinco millones de pesos moneda corriente, le sería una friolera, una cantidad insignificante...

Con más claridad y en resumen: Ud. Doña Felisa Dorrego de Miró y familia, nos abonarán en el término de 24 hs. la cantidad de dos millones de pesos moneda corriente, que son ochenta mil patacones, si quieren que los restos de su finada madre, Doña Inés de Dorrego, sean devueltos intactos y respetados al santuario mortuorio de la familia, de donde han sido sacados, sin que nadie sepa de lo sucedido, se lo juramos...

Que indudablemente la justa crítica de una sociedad y una nación os cubrirá de verguenza y lodo, manchado para siempre vuestro nombre, ilustre hasta la fecha. ‘Hijas ricas –dirán– y tan desnaturalizadas, que por no desprenderse de un poco de oro, y bajo fútiles pretextos, del deber y de su misma conciencia’...

Que todas las precauciones, todas las medidas que aconseja la prudencia, han sido tomadas por nuestra parte y serán tomadas para burlar en todo y por todo la acción de la policía. Antes de tomar una resolución piénselo ud. bien. Que esta resolución no sea hija de una obcecación o arrebato momentáneo e irreflexivo: el remedio podría ser peor que el mal...

Los Caballeros de la Noche".

La familia resolvió hacer la denuncia a la policía a pesar de las amenazas y la fina prosa de los misteriosos Caballeros. Pero antes Felisa Dorrego consultó a su mayordomo. "Imposible retirar del cementerio un féretro tan pesado sin que nadie lo hubiera percibido", - sospechó el sirviente, quien había cargado con los honores de portar el ataúd durante las exequias.

Estaba en lo cierto. Los restos nunca salieron de allí y aparecieron en el panteón de Don Francisco Requijo, que tenía el candado de la puerta roto.

Pero la policía siguió al acecho. Depositó una caja con fajos de billetes falsos e instruyó a la familia para efectivizar el pago y detuvo a la banda. A la mañana del día siguiente, llegó al palacio Miró un individuo reclamando el dinero.

La policía lo siguió y logró apresar a todos los responsables entre los que se encontraba el cerebro de la operación, Alfonso Kerchowen de Peñarada, belga de origen noble que recorría el mundo buscando fortuna.

El Código Penal argentino desconocía en aquella época el delito de coerción, de modo que los culpables sólo fueron condenados por infracciones menores. Quedaron en libertad. Como consecuencia de un hecho que nunca había ocurrido antes y por lo tanto no había sido presentado ante tribunales, desde entonces se incluyó en el Código Penal el artículo 171, que impone de dos a seis años de cárcel "al que sustrajere un cadáver para hacerse pagar su devolución".

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